martes, 1 de junio de 2010

Capitulo 3.

María caminaba sin prisas, mientras Alexander la miraba con una mezcla de cariño, dolor y duda en sus ojos.

En ese instante, sonaron las campanadas de la iglesia, que susurraron la evidente salida del sol en cuestión de minutos. Ambos comenzaron a correr tras intercambiar una breve mirada. La vampiresa parecía danzar más que correr, con unos pasos cortos, pero muy sutiles.

Al cabo de unos minutos, el sol bañaba la parte superior de los edificios más altos. La luz iluminó toda la calle justo cuando Alexander acababa de entrar en el portal. Entró en el ascensor, y María le dedicó una sonrisa deslumbrante que le hizo mantener la mirada gacha.

El ascensor se paró entre la octava y la novena planta. La puerta se abrió, dejando ver un extenso pasillo de paredes blancas, sin ventanas.
Salieron, y caminaron hasta un portón de madera gris. Alexander pronunció unas palabras en un extraño idioma, se abrió. María lo miraba con el rostro lleno de confusión y sorpresa. Se adentraron en la oscura habitación.

-Que acogedor- dijo ella con tono burlón al traspasar el umbral.

El muchacho se encogió de hombros con un fluido movimiento de espalda.

- Peor es nada.

Ella sonrió de la misma manera que hacía apenas unos minutos en el ascensor. Alexander apartó la vista para no quedársela mirando fijamente.

-Y bien, ¿Me ayudarás a recordar como prometiste?

Ella adoptó actitud seria tras lanzar un suspiro:

>> Bien, - comenzó- como ya recuerdas me llamo María. Cuando nos conocimos no era vampiresa, sino una simple humana del montón. Hasta el día en que te conocí.
Aquel día yo debía ir a San Antonio desde la estación de Coope City, que por allá entonces era una ciudad demasiado pequeña, y habitaban pocos jóvenes en ella.
Nada más comprar los billetes, me senté pacientemente aguardando la llegada de la diligencia. Entonces me fijé en ti. Ibas vestido con un traje demasiado elegante como para ser un simple empresario.

Cuando llegó mi transporte, me subí nada más apearse. Te subiste apenas unos segundos antes de que el conductor hiciera que el caballo corriese para salir en dirección a San Antonio. Recuerdo que te miré a los ojos, y tú me devolviste una mirada cargada de indiferencia que me hizo temblar inconscientemente.
A casi mitad del viaje, contemplamos como otra diligencia que venía en dirección opuesta, era atacada por salvajes de la zona.
Acabaron con sus viajeros, y dirigieron la mirada hacia nosotros, tras percatarse de que ese día obtendrían un botín doble. Te miré un momento asustada, pero tú esbozabas una sonrisa que demostraba tus ansias de sangre. <<

Alexander la miró incrédulo. No podía ser que él, que solo mataba en propia defensa, disfrutara con la idea de derramar sangre de cualquiera.
En aquel instante, se imaginaba dentro del carro, esbozando aquella sonrisa que le arrancaría la felicidad al rostro de un niño, para sustituirlo por puro terror.

Ella continuó:

>> Cuando nos rodearon, observé como extraías una aguja de alguna parte de tu cuerpo. Saltaste por un hueco hasta el asiento del conductor, que yacía en el suelo, atravesado por una flecha en pleno pulmón.
Gritaste algo incomprensible, que aún en estos días me es imposible entender, y la aguja se convirtió en una espada. –Observó durante medio segundo la espada que Alexander aguantaba entre sus manos.
Y te enzarzaste en una rápida lucha contra los indios. Ninguna de sus flechas lograba tocarte. En un segundo estabas junto al primer jinete, y al otro ya habían caído todos los salvajes.

Corriste dirección a los apresados, y te cercioraste que estaban muertos. Cuando llegaste junto a una chica de pelo negro que aún respiraba entrecortadamente atravesada por dos flechas. >>

El chico lo asimilaba todo con demasiada facilidad, y apenas sin inmutarse. Algo que realmente le dio miedo.

-¿Le hice algo?- Preguntó.

Ella asintió, y prosiguió:

>> Desde donde me encontraba, pude apreciar como le tocabas la frente con lo palma de la mano. Una luz intensa me cegó durante unos segundos, y me hizo cerrar los ojos involuntariamente.
Al abrirlos, contemplé que estabas montado en el carruaje con la chica entre tus brazos. Me dijiste:

- Se llama Selene. Acaba de quedarse huérfana. Viajaba con sus padres hacia la casa de sus tíos en Coope City.

Yo iba a preguntarte como podías saber tanto de ella, pero la chica abrió los ojos
mostrándolos del mismo color que la savia joven, mientras su pupila se clavaba en mí, sedienta de curiosidad. <<

En ese instante, unos pasos hicieron crujir la madera, cuando la puerta al final del pasillo, comenzó a abrirse lentamente.

2 comentarios:

  1. meee encantaaa y lo sabes jaja bueno ya hacía que no me pasaba por el blog, así que, que menos que dejarte un comentario ^^
    tQ lindo!!!

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